Viajando

Las luces de la carratera tiritaban tanto como el frío y el aire que acompañaba el día.

El transcurso del viaje, es la mar de entretenido, fuera, en las montañas, no se veían a la perfección, pero deberían de estar ahí, miraba con ojos agrios la diminuta fila de luces que se contorsionaban sacando las chispas de la lluvia.

El viaje, había empezado hacía varias horas, los pasajeros que me acompañaban, estaban dormidos y una brisa que se inmiscuia por grietas invisibles, se tornaba monótona y tediosa la incomodidad del asiento, por estar ya varias horas con el transcurso del viaje.

Paramos, para fumarme un cigarrillo, mientras caminaba por el pasillo de la cafetería, la cafetería, resguardaba rostros pesados, por el frio endurecido desde la juventud.

Una mesa de turistas, distinguibles por sus ropas de colores incisivos y ojos claros me miraban como si se acercasen, sentada desde su silla de la cafetería, junto con un café y unas pastas.


Para estás cuestiones, de procurar aliado en los lugares o situaciones en los que, una sabe, que juega de visitantes, y murmura un "hola, buenos días" desconfiando del resultado.

Unos ojos pequeño, que siquiera apenas parpadeaban, me indicaron el camino hacía la única mesa que quedaba libre, de la que tuve que despejar todo el revoltijo de bolsos y ropa que cubria la mesa, y poder así sentarme.

En un confuso inglés-Español, me habló con frases cortas, acercando su palma a la punta de su nariz enrojecida y helada.

Sus palabras, eran pausadas, leves sin manifestar gran inquietud por hacerse entender, pero su mirada, cómplice y tibia, no dejaba dudas de que se sabía cómodo con la compañía.

Viajaba desde hacía varios meses atrás, recorriendo tierras lejanas, irrisorias, en las que el tiempo se detenia hacia varias décadas.

Yo, inquieta y curiosa, más por inconformidades que por certezas, viajaba por paramos alejados, buscando un sentimiento primigenio, una premisa que acompañase con más acierto durantes mis días de incidencia de la luz de los tubos y el cuello atorado por trajes de vestir con que llenaba mis jornadas en mi lejania, en una ciudad que había abandonado sin remordimientos.

En medio de una charla, rodeada de silencios, pausas y risas suaves, nos fuimos envolviendo.

Compartimos un cigarrillo, que él pidió, que le acercase a sus labios, con los que rozaba mis dedos postergando mi nerviosismo.

El frío, o la excusa de este, más el cansancio de un viaje demasiado largo, había logrado en cada uno que pudiera entregrse sin más a un ser extraño, en un mundo extraño, rodeado de demasiados extraños.

Debajo de la manta, que en algún momento, él tendió compartiendo su abrigo, su cuello, buscó mi hombro.

En una noche helada, viajando cada cual en una búsqueda en la que prevalecia más el instinto que las convicciones, nos entibiabamos en la confianza de hallar otro ser, tan irremediablemente exiliado de su propio mundo como una misma.

Mientras hablabamos a poca distancia, una del otro, con voces apenas audibles, veía sus ojos pasear mi rostro deteniéndose en mi boca.

Las dos horas de charla, dieron por finalizado el encuentro, para proseguir, así mi camino.

Llegado a mi destino, las casualidades de la vida, hicieron que nos volvieramos a encontrar con el resplandor de la mañana que penetraba irreverente por la ventanilla.

Mientras miraba la escenografía, iluminaba por los primeros rayos de la mañana, se acercó, por el otro lado de la ventanilla, mientras lentamente, sus ojos me miraban dibujando una sonrisa leve cuando mis ojos le reconocieron.

Ya en mi destino, un pueblo apenas visible debajo de tanta tierra y vientos de años, pocas palabras fueron necesarias para acordar buscar un hotel juntos.

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