Hace apenas un par de horas que hemos llegado a Madrid, y la verdad es que venía sin apenas ganas de volver, pero con el interés, de reencontrarme con algunos de los mios. Sin embargo, las caras lo decían todo, y mis ganas de comerme el mundo, poco a poco fueron debilitándose.
El llegar a casa de mis suegros, no fue más allá, que un aliciente de calma, pero con la sensación de sentirme cómo un pantalón que alguién dejó tirado en el sofá hace cinco días atrás, y así continua, no por falta de voluntad, sino por carecer de las fuerzas necesarías para tener iniciativa, más cuando, las pocas fuerzas con las que me he venido, se han empezado a caer de golpe, al verme de cruces ante semejante cantidad de papeles, que me enumera cada punto que se olvidó contarme, aún así, puedo darme cuenta, que ya dejé de tener miedo, y eso que soy consciente, que en cualquier momento, cualquier persona, puede estar escribiendo las últimas página de su vida, la mía, sin más, es un día a día, sin pensar en el mañana.